Las cien mil bombillas
Hay un silencio de pared negra en las noches de patio interior de la gran ciudad. Escribirte aquí, ahora, es ir encendiendo una a una las cien mil bombillas que me rodean, las que aproximadamente habitan este barrio y los dos o tres contiguos, ir siguiendo mientras tanto el recorrido de la luz hasta descubrir después de una noche entera pulsando interruptores el brillo de una mañana completa detrás de la revolución industrial. Eso, escribirte. Que vengas, que te materialices en este cuarto de dos por dos, desnuda y con ganas de pelea, es como pisar corriendo todas las bombillas encendidas con los pies descalzos, todas y cada una, descalzos, y después pasar el resto de la noche, esta larguísima madrugada bisiesta haciendo el amor sobre un montón enorme de cristales, el mar incontenible de nuestra propia sangre y la oscuridad total. Cualquier cosa que venga la mañana siguiente se parecerá tanto a la luminosa muerte.